lunes, 17 de noviembre de 2014

Autoficción 1 (En adelante A2, A3...AN)

(Autoficción: el protagonista soy yo convertido en personaje. O sea, que no soy yo. Lo que le pasa al prota puede basarse tanto en hechos reales como en la imaginación del autor. Los personajes que aparezcan por aquí no serán personas reales en ningún caso.)

Tres semanas después de que el tobillo se me torciera a traición y adoptara la forma de un melón de Villaconejos me dispongo a coger de nuevo el long. Tengo que ir al banco y voy a grabarlo todo.

REC:

El patio comunitario está lleno de plantas bien cuidadas cuyos nombres, tanto comunes como científicus, desconozco. Llevo mil euros en el bolsillo del chaquetón. Jesús, el portero, me devuelve el buenos días sin levantar la cabeza de la fregona. Sé poco de Jesús, que es español, blanco, calvo, que tiene unos 60 años y un hijo que viene de vez en cuando a suplirlo, que le gusta escuchar música o la radio mientras trabaja, que es estimado por algunos vecinos, que lee periódicos gratuitos. Se mueve por el edificio con el flow de los que llevan en el mismo sitio mucho tiempo, con fluidez, casi como si la finca fuera suya; con dignidad, casi como si se supiera imprescindible. Piso el suelo recién fregado con expresión de culpa, con un pelín más de expresión que de culpa, y salgo a la calle. Hay tanta luz que me siento la cara oculta de los ojos. Me pongo el casco y oigo a mi espalda: ¡Hey, hermano! Mahamadou está sentado en un banco negro de falsa forja, bebiendo cerveza y fumando cigarrillos. Lo que sé de Mahamadou: que es negro, senegalés, calvo, que tiene entre cuarenta y dos años -esa fue la edad que me dijo que tenía la primera vez que le pregunté- y cincuenta y tres. Que en Senegal fue policía y profesor de karate, que tiene dos niñas en su país y que vende por  las calles de Madridcentro  bolsos y complementos varios, pero que evita la manta porque tiene la espalda regular y al parecer es un trabajo muy duro. Tuvo una enfermedad ocular hace poco que estuvo a punto de dejarlo ciego, pero gracias a la gente de Yo Sí Sanidad Universal Lavapiés  pudo operarse y ahora ve mejor que yo. Pasa muchas horas en la puerta de la tienda de conveniencia que hay frente a mi trabajo. A veces una jornada laboral completa. Pensativo y cordial, saludando a todo aquel que se deje saludar, plantado en esos dos metros cuadrados de España, la temporalidad europea va atravesando a este africano negándole casi todo; menos latas de cerveza de medio litro y arrugas. Hace poco que se ha empadronado con nosotros, en nuestra casa. Vive en una okupa: si lo pilla la policía vendiendo su género y sin un documento que acredite que está empadronado en algún lado pueden ingresarlo en un centro de internamiento de inmigrantes o expulsarlo del país directamente. Me regala un caramelo de menta y nos decimos adiós. Antes de enfilar la cuesta de Ave María vuelvo a mirarlo y me grita: Mejor, hermano, mejor. Y yo no estoy muy seguro de lo que quiere decirme con esto, si mejor es que patine, que me vaya, que lo haya vuelto a mirar una vez que nos habíamos despedido o qué. Mejor, Mahamadou, mejor.
La calle Ave María es una cuesta empinada partida en dos por una carretera de adoquines que si la enfilas hacia abajo montado en el monopatín se convierte en una peligrosa dirección prohibida. Me mantengo en la acera todo el tiempo que puedo muy atento en esquivar a los transeuntes y a las losetas levantadas. La última vez que di con una loseta mal avenida se me encajaron las dos ruedas traseras en el saliente y volé. Volé mucho, dos o tres metros, aterricé con todo el dolor de mi muñeca derecha y mi cadera cerca de un señor que estaba tomándose un café americano en la terraza de la taberna La Mina. Al verme tirado en el suelo, sentenció: No pasa nada. Y en aquella ocasión tampoco supe muy bien qué quería decir este hombre, si era que que no le había molestado que cayera junto a él, si no pasaba nada porque me estuviera doliendo el cuerpo dado que el cuerpo, al fin y al cabo, es el lastre del alma, si no pasaba nada en general o si lo que pasaba era nada, en plan nihilista. Me incorporo en la carretera en dirección contraria al fluir de los coches y empiezo a sentir las energías (por llamar a esto que siento de algún modo), la llamada, de los establecimientos por donde paso:  Go Vegan, donde siempre que quiera puedo comprar carne falsa hecha a base de soja ecológica, Bar Los Gamos, la antítesis de Go Vegan hecha bar, donde jamás me he sentado, el Chino Guay, al que denomino de este modo porque no sé cómo se llama y vende los ingredientes de la sopa  agripicante que ahora se cocina en mi casa, Bajoelvolcán Vinilos y Libros, donde me gasto el dinero que a veces no tengo, Olivia Bar, el garito al que yo iría si yo fuera de bares, Supermercado Día, que cuando abrió tuvo una movida a propósito de los cimientos con la comunidad de vecinos que quedó en agua de borrajas, La Inquilina, que más que llamarme me repele, Viva Chapata, donde ponen comida vegana hecha con cariño, Café Barbieri, cuya ornamentación me desata complejo de clase, etc, etc. El tramo comercial que va de mi casa a la Plaza de Lavapiés, en definitiva. Y ya en la plaza, donde ahora desemboco, el sonido de un radiocassette emite un merengue pachanguero, cinco niños juegan al fútbol a balonazo limpio, una señora reparte vasos de plástico en los que se transparenta un líquido amarillento a un grupo de latinoamericanos, un guiri toca la guitarra sentado en un banco mientras se torna cada vez más rubio, un río de orina desbordado se aproxima desde Travesía de la Primavera, una nube de humo verde flota frente a la puerta del Carrefour, dos madres juegan en el minúsculo espacio recreativo de la plaza -tres columpios- con sus hijos, un hombre avanza  haciendo eses en un monopatín con cara de querer registrarlo todo, tres bengalíes fuman de pie, otro pasa con un carro hasta arriba de cajas de fruta, una señora se queda parada frente al quiosco de prensa un buen rato y luego se va sin comprar nada, una lata de cerveza vacía comienza a levitar, un diente cae al suelo, una mancha de vino tinto se materializa en una sudadera blanca. Y, sí, un sobre con mil euros, de repente, deja de estar donde estaba.

1 comentario:

  1. Gracias, Oche! Me he reído mucho con el "No pasa nada" del señor sentado en la terraza...¿Para cuándo la A3? Un abrazo.

    ResponderEliminar