miércoles, 29 de abril de 2015

Unas zapas


Mientras sólo veamos unas zapatillas viejas, unas Vans caducadas, jamás llegaremos a comprender.

¿Qué es esto? Si le hiciera esta pregunta a mi madre, que tiene setenta años, seguramente me diría que unas zapatillas muy sucias y muy rotas. Y que no se me ocurriera ponérmelas para salir a la calle. Sin embargo, si le preguntara lo mismo a alguien más joven, de cincuenta para abajo, es muy probable me respondiera diciendo que son unas Vans. Y luego añadiría: rotas.
En la fotografía resuena, tal vez en primer lugar, la voz del mercado. La persona a la que pertenecen las zapatillas ha podido ser sometida a tal trabajo de ingeniería cultural que en cierto modo desea identificarse con el logotipo del producto. ¿Qué puede hacer con ese logo? Una respuesta, un lugar común: Ostentar. Ostentar vida urbana (da igual que viva en Nueva York o en Ochavillo del Río). Ostentar juventud (no importa que ya no sea joven). Ostentar modernidad. Ostentar que se es de clase media (aunque ni de coña). Ostentar primer mundo. ¿Está preocupado por la calidad? Es posible. No es significativo que las haya adquirido en una tienda de primera o de segunda mano (como es el caso). Sospechamos que ante una réplica idéntica que adoleciera de logotipo hubiera seguido eligiendo las mismas zapatillas. En el caso de esta marca en concreto, Vans, el logotipo ha adquirido tal independencia con respecto al producto, que en algunos casos, no por extremos menos comunes, ciertas personas adornan con pegatinas del logo otros objetos que nada tienen que ver con la marca, como coches, carpetas, cajas para guardar ropa, tablas de monopatín, etc. Alguien diría que las zapatillas está guapas y ya. Bueno.

Pasemos de la marca. Miremos el agujero.

Miramos el agujero. El agujero nos remite a una actividad distinta a la de caminar. Una actividad que se repite. Las zapatillas, digámoslo ya, han sido utilizadas para patinar con longboard. El desgaste de la suela que rodea el agujero nos habla de fricción, de arrastre, de frenada. De peligro y de prudencia. De gestión de la velocidad. De movimiento. Pero también de la topografía de la ciudad, de los materiales que conforman nuestro suelo. Del cemento, del polvo, del alquitrán. Miramos la suela y podemos imaginar el aspecto del pavimento que la ha ido puliendo hasta destrozarla, su rugosidad, el efecto que produce  el sol en verano y las heladas en invierno. Nos habla de lo que algunos urbanitas necesitan cuando cae la tarde en la ciudad. Mirando por ese agujero también podemos ver Madrid desde su asfalto.
Miramos el agujero. La suela casi lisa. Aquí deducimos reiteración. La actividad ha podido derivar en obsesión. Vemos fracaso y miedo.  Da igual que se sea principiante o profesional. Competición con uno mismo. Cierto autismo y competición el resto del mundo. Vemos cómo se juega a la dialéctica del individuo y la comunidad. El portador de las zapatillas se alegra y se entristece al mismo tiempo con los logros de los demás. Aquí no se gana nada. Triunfo inútil, como el esperma que salpica en las cortinas. Vemos inutilidad y olemos sudor. ¿Por qué una persona se somete a tal esfuerzo físico en su tiempo de ocio cuando ya ha agotado buena parte de sus energías en su tiempo de neg-ocio? Misterio absoluto. Porque sí. Planchar un truco por y para planchar un truco, y por ahí lo mismo cambia algo, pero ese algo viene luego, no se busca, como un bonus track que nadie ha pedido y que de repente se convierte en el tema preferido de toda una generación. En un himno que cambia los hábitos alimenticios de todo un país. Gusto por el esfuerzo inútil. Fe en lo que no trasciende. Técnicas antiultilitaristas del yo. Ocio. Grito. Energía que se consume por el placer de consumirse. Dolor. Fines en sí mismos e imperativos somáticos. Nadie sabe lo que puede un cuerpo, decía Spinoza, pero mirando ese agujero, entrando en él, tal vez podamos entender un poco mejor lo que quiere.

No os vayáis, quiero llamar la atención sobre la tensión de los cordones.
Tensos porque el cuerpo también es frágil y se tuerce, se rompe, se fisura, se troncha. Obsesivamente tensos por miedo, porque se ha sido convaleciente y se ha sufrido mono. Los cordones tensos porque los esguinces de tobillo se cuentan por decenas.

Son unas zapatilla hechas mierda, tío.

Y un testimonio, una prueba -un detrito colateral sin importancia- del "intento de los seres humanos de reconciliarse con el hecho de tener cuerpo".

Y, vale, ya las tiro. 



Muerte guay


sábado, 25 de abril de 2015

Escena

Una señora, una anciana que se apoya para andar en un carrito, un carro de la compra negro, pasea con su perro, estamos en la esquina del Museo Reina Sofía, calle Argumosa, la correa extensible que los une extendida en toda su extensión, ella bajita, el perro enano y gordo, la ¿barriga? del perro casi rozando el suelo, la anciana, tres metros de correa y su perro, cebado, bien comido, ella, mirando al perro obeso, el perro que se para, que no sigue, que se sienta, el perro, mirando a la señora, oliéndola, reconociéndola de nuevo, y ella, tira con determinación para que el perro entre, tres metros de correa más allá, por donde ella mande, pero, el perro quieto, y yo que estoy detrás muy quieto también miro, y pienso esto es bonito, y luego bello, y siento que es esto la belleza, la abuela, la correa y el perro inmóvil, la anciana que desiste, que le hace caso al perro y subordina, lo que ella significa frente al perro, pero, un hombre se aproxima, y yo mirando, y el hombre mira el móvil, y no ve la correa, tropieza y luego, yo veo que se enfada, que viste caro y que se enfada, que ha roto la belleza y que se enfada, con la mujer y con el perro, y me pongo nervioso, negro, y miro serio y juzgo y pienso puto pijo, y estoy a punto de soltarle, alguna de esas frases que construyen nuestro infierno, como mamón te mato, que has roto la belleza, pero me paro en seco y veo, que la mujer y el perro se han puesto en movimiento, y van por donde el perro quiere, y ella es bajita y ha vivido ochenta años, y aquello vuelve a ser bonito, perdón, bello, entonces yo me trago las palabras, que vienen construyendo nuestro infierno,
he visto que ella estaba por encima, y su perro
lejos.

jueves, 23 de abril de 2015

"Si la cabeza cortada, que, como una piedra más, rueda hacia el mar por la empinada ladera pedregosa, acelerándos en rebotes cada vez más largos, pudiese, antes de ahogar su voz en el fragor y en la espuma de las olas que han de estrellarla contra el acantilado, gritar el nombre de la amada, no cabe duda de que lo gritaría, sin acerse cuestión de la inutilidad de malgastar así su aliento postrimero."

Rafael Sánchez Ferlosio, Campo de retamas. Pecios reunidos; Literatura Random House, 2015, p. 114.

miércoles, 22 de abril de 2015

Patético


-A: Desde el día en que me lo dijiste vengo fijándome más, y tienes razón, la peña de la plaza está muy salida.

-B: Tengo la teoría de que cuando un grupo de hombres que no tienen mucho en común entre sí se junta en el espacio público, como no hay un "nosotros" constituido en el que cada  uno de los integrantes pueda reconocerse, éste se construye por contraposición a un otro, en este caso una otra. La imagen que se me viene a la cabeza es la de un bukkake. Tiene que ver con la comunidad. El caso es corrernos juntos, no importa dónde.

-A: Pero es que están muy, pero que muy, salidos.

-B: No tengo nada en contra de que se esté salido.
Imagina que el estado emocional en el que te encuentras a los dos minutos de haberte corrido se te prolongara hasta la muerte. Así se me antoja a mí el Nirvana.
El adveniminento del aburrimiento eterno.
Desear es divertido. En ocasiones doloroso, pero siempre divertido.

Tengo la teoría de que cuando...

-A: Calla, calla que te vas por los Cerros de Úbeda. Te cuento lo del otro día. Comenzaron con los comentarios típicos:

"No veas el culo que tiene la de verde."

"Esa que viene por ahí está mejor que tú."

"No lleva ni sujetador."

"Tiene los pezones de punta y lo sabe."

"Uf, madre mía, qué malo me estoy poniendo."

"Yo me conformaba con la de azul. Le pones una bolsa en la cabeza..."

"Tiene que tener un coño..."

En fin, todo muy desagradable. Pero bueno, tampoco le hacían daño a nadie. La cosa cambió cuando empezaron a hacer partícipes a las mujeres que pasaban de su movida. La mayoría de las interpeladas atravesaba la plaza con la cabeza baja o mirando a un punto fijo. El resto hacía como que no existíamos. Feedback cero. Patético.

Yo ya estaba a punto de intervenir. Eran como orangutanes abducidos. Les faltaba sacarse sus pollas empalmadas y meneárselas allí mismo. Estuvieron en ese plan un rato. Cada chica que pasaba era literalmente penetrada por la mirada de estos siete u ocho simios.  Y alguna perlita se llevaba. Nunca los había visto así. Se movían como si fueran viejos verdes. Daban vergüenza y no había nada que hacer. Si iniciabas una conversación con alguno, al rato notabas que ya te había dejado de escuchar; se les iba. Estaban completamente desinhibidos. De repente el flujo de chicas se cortó. Durante veinte minutos no pasó por la plaza mujer alguna. Los tenías que haber visto, no sabían ni lo que hacer. Habían acumulado tanta energía libidinal en ese lapso, se habían ambientado hasta tal punto, se les habían soltado tanto las amarras, que el cierre de grifo femenino los partió por la mitad. Se quedaron mudos, de orangutanes desquiciados pasaron a arbustos, vegetaban.
Quietud.
Silencio absoluto.
Ni una palabra.
Nada.
Llegué a pensar que estaban avergonzados. Ni de coña.

Pasados veinte minutos el grifo se volvía a abrir. Desde el fondo de la calle se acercaba una mujer. Iba vestida como para hacer deporte. Un top, unas mallas cortas, normal. He de decir que estaba buena. Muy buena. Venía hablando por el móvil, y se aproximaba peligrosamente al lugar donde nosotros -que no habíamos vuelto a decirnos nada desde que pasó la última chica- nos encontrábamos. Cuando se hallaba a pocos metros, la mujer se paró y dio media vuelta. Luego avanzó un par de pasos y volvió a pararse. Ahí estaba, dándonos la espalda, a menos de tres metros. Aquello fue un resurrección colectiva. Volvieron a la vida, tío. No es que le miraran el culo, es que se la estaban follando con los ojos. Sin embargo, ella estaba tan metida en su conversación telefónica que no se daba cuenta de la orgía mental que se había montado a su costa. No recuerdo quién fue el que no pudo más; no importa. El caso es que uno de ellos se levantó, avanzó hacia la mujer y pegándose a ella como si fuera un puto bailarín de tango le susurró a la altura del cuello: Nena.
La mujer se dio media vuelta y, con la cara bañada en lágrimas, dijo:
  
Acaban de atropellar a mi hijo.

-B: Jo/der

-A: Sí, tío. Muy fuelte.

-B:...

-A:...

-B: ¿Y?

-A: Nada, tío, me lo acabo de inventar.
¡Es mentira!
 Pero podría haber pasado.

-B: Sí, podría haber pasado.