viernes, 1 de agosto de 2014

El síndrome de París se nos queda corto

"El llamado síndrome de París, designa una aguda perturbación psíquica que afecta sobre todo a los turistas de Japón. Los afectados sufren alucinaciones, desrealización, despersonalización, angustia y síntomas psicosomáticos como mareo, sudor o sobresalto cardiaco. Lo que dispara todo esto es la fuerte diferencia entre la imagen ideal de París, que los japoneses tienen antes del viaje, y la realidad de la ciudad, que se desvía completamente de la imagen ideal. Se puede suponer que la inclinación coactiva, casi histérica, de los turistas japoneses a hacer fotos, representa una reacción inconsciente de protección que tiende a desterrar la terrible realidad mediante imágenes. Las fotos bonitas como imágenes ideales blindan a estos turistas de la sucia realidad"

Este texto es un fragmento de En el enjambre, el último ensayo publicado en español del filósofo heideggeriano Byung Chun-Han.

Volvía a casa ayer del Parque del Retiro en mi longboard cuando a la altura del Museo Reina Sofía, justo en el momento en el que yo avanzaba sobre las dos ruedas delanteras de la Landyachtz Loco 37 (nose-manual one foot), vi de reojillo que una chica me tiraba una foto con su móvil. Mi primera reacción fue de desagrado, mira tú la tía esta, me dije, pero conforme iba alejándome de ella empecé a darle vueltas al asunto: ¿y si la foto mola? No tengo muchas fotos patinando (suelo huir de los objetivos), y éste es un truco bonito; además, el hecho de que me haya pillado callejeando y no en el spot del Ángel Caído le da un plus. Lo trasheriza. Más o menos eso pensé, pero sin proposiciones ni palabras ni nada. Así que di media vuelta, esta vez sobre las dos ruedas traseras (manual), y me acerqué a ella. "Hola, he visto que me has hecho una foto, ¿me la puedes pasar?" "Claro."
La foto había salido movidísima, pero aun así registraba el truco. Y a mí, con un poco de imaginación, se me reconocía. Con el archivo ya en mi poder abrí el Instagram, lo pasé por un filtro y lo compartí; también en Facebook. Como leyenda puse algo así como que este truco era el más zen de todos, cosa que siempre he pensado, y dicho, aunque hay que tener en cuenta que esta acepción de zen que yo utilizo para hablar de movimientos realizados sobre una tabla con cuatro ruedas, evidentemente, no tiene mucho que ver con el significado real de este término. Imagino una línea infinita sin obstáculo alguno y una concentración total: nose-manual one foot.

¿Qué prefieres que alguien te grite un yeeeeah!! cuando clavas un truco o que alguien le dé al me gusta cuando publicas una fotografía en una red social clavando un truco?

La foto era pachanguera. La realidad de ese instante  a un pie y dos ruedas era mucho más rica. La foto, lejos de representar una realidad optimizada, devaluaba la realidad. La foto no hacía que este truco brillara, al contrario, lo volvía mate, triste, sucio, sin gracia.Y, sin embargo, ahí estaba, ocupando dos muros virtuales, recibiendo me gustas y corazones. 

¿Qué se puede decir de esto? ¿Que las imágenes no solo vienen a maquillar la realidad? ¿Que hay una necesidad de comunicar en imágenes lo que hacemos a lo largo del día aunque las imágenes no le hagan justicia a lo que hacemos? ¿Que toda esta avalancha continua de fotitos tiene que ver con una hipertrofiada necesidad de reconocimiento y que es más fácil captar la atención de la gente mediante imágenes digitalizadas, aunque sean una mierda de imágenes, que mediante la realidad tout court? ¿Será que la gente está más abierta al otro frente a la pantalla del ordenador que frente al otro de carne y hueso? ¿Será que necesitamos constatar continuamente mediante el feedback virtual que estamos vivos y que hacemos las cosas que hacen los vivos porque no andamos muy seguros de ello?

La explicación de optimización de lo real, en todo caso, se nos queda muy, pero que muy, corta.