miércoles, 24 de septiembre de 2014

Pajas

"-Hoy hemos ido a una sesión de tuppersex para hombres heterosexuales.

-Ah, qué guay. ¿Y cómo ha ido?

-Muy bien. Nos hemos reído mucho. Un joven muy simpático sacaba vaginas de látex de diferente profundidad y distintos grados de vibración, algunas con pelo sintético, otras de corte brasileño, muñecas hinchables cuyas bocas abiertas escondían una especie de gelatina caliente que hacía las veces de lengua, tetas de goma blanda que se volvían más rígidas a la altura del canalillo (donde, a la cubana, uno podía introducir su pene erecto y frotarlo ahí hasta llegar al orgasmo) correas árabes, artilugios que simulaban bocas, culos, pies, y nos iba explicando en tono jovial todo lo que podíamos hacer con el género. Una risa. Lo hemos pasado bien."

Inverosímil, ¿que no? En el entorno en el que yo me muevo una conversación así entre hombres no se ha dado nunca. Jamás he tenido un amigo que me haya confesado que tiene en su casa un producto de látex comprado en un sex-shop para uso propio y exclusivo. Tener un coño de goma guardado en el segundo cajón de la mesita de noche me daría más pena que otra cosa.Y una muñeca hinchable ya ni os digo. Sin embargo, he asistido más de una vez a algún cumpleaños en el que la homenajeada ha recibido como regalo un dildo de color rosa, o a alguna conversación como la que figura arriba pero en la que las que protagonistas eran mujeres y bien. Normal. Aunque por lo general se acepta que todos los hombres nos pajeamos con mayor o menor asiduidad y que es una cosa normal e incluso sana (cada dos por tres sale un estudio de reputados científicos que dicen que es bueno para no sé qué) la mayoría de las veces en que se representa la masturbación de un hombre adulto heterosexual en el cine o en las series de televisión o incluso en la literatura, la imagen suele ser bastante sórdida. Mientras que la visión de un adolescente enganchado a la manivela (y con esta expresión no sé si lo que hago es redundar en perjuicio de este acto del que hablamos) todavía puede provocar ternura, la de un adulto heterosexual de 45 años suele provocar tristeza. 
El pasado 11 de septiembre Luna Miguel hablaba del Tumblr de Apolonia Saintclair en un artículo titulado Ocho formas bonitas de masturbarse. El artículo me hizo pensar en la falta de dignidad y atractivo de los que disfruta la paja masculina.Viendo esas ilustraciones a uno le daban ganas de ser mujer para que así masturbarse pudiera ser bonito ¿Tendrá que ver este contraste en la representaciones con aquello que interpretaba el filósofo Slavoj Žižek a propósito de Eyes Wide Shut: la vulgaridad de película porno de fontaneros con llaves inglesas y amas de casa deseosas de que les tapen los agujeros como epítome del deseo masculino frente a la misteriosa potencia sofisticadísima del femenino? En serio, ¿a quién le mola ser hombre cuando ve a Louie C. K. pajeándose como quien se rinde o se imagina a un personaje interpretado por Woody Allen amándose a sí mismo? Pues esos son nuestros pajeros, y las representaciones que los acompañan no suelen ser muy atractivas (por cierto, pajero se utiliza insulto). Paradoja: la masturbación del varón heterosexual está normalizada pero en su normalización resulta abyecta. La femenina todavía no está tan normalizada pero en su proceso de normalización se presenta como un avatar más de la liberación, por mucho que la objetivación sexual del cuerpo femenino haya sido una de sus condiciones de posibilidad. La representación de la masturbación femenina es cool y es empoderamiento. La masculina, necesidad, claudicación, sordidez, patología. 

¿Os imagináis un vídeo clip en el que unos hombres se masturbaran mientras entonan cánticos y que ese vídeo pudiera considerarse sexy?





Pues eso, volvemos a la pregunta despentesiana: ¿para cuándo la liberación masculina?












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