viernes, 26 de septiembre de 2014

Lo más visto (así es como se repiten los del cine de la sábana blanca)

1. No porque se haya encontrado en la misma tantas veces lo deja de vivir como si de un trhiller se tratase. Y como si fuera un drama lo recuerda y le preocupa. Como si fuera un chiste se lo cuenta y se sonríe. Es de noche y de nuevo tenemos la misma estructura desplegándose. El eterno retorno era esto, lo sentimos. Se encuentra hablando con alguien en la mesa de la cocina. Sobre la mesa hay un cuchillo, vasos, platos, migas de pan. La conversación es cálida, amigable. En un momento dado se levanta de la mesa para coger una pieza de fruta, una manzana, beber un vaso de agua, ir al servicio, lo que sea. Al intentar volver a la conversación tropieza, resbala, pierde el equilibrio, se cae. Tan mala suerte tiene el pobre que en la caída, debido al gafe onírico y a la física macabra, el cuchillo que hay encima de la mesa se dispara y va directo al corazón de su interlocutor. Y lo mata. Como tantas veces antes lo deja sin vida. Y como siempre se sorprende, está atónito, llora muchísimo. Una pena tan grande como la mitad del infinito lo posee durante aproximadamente cinco segundos. Transcurrido ese duelo y dominado ahora por el espíritu del pragmatismo concluye en que es necesario ponerse manos a la obra y hacer desaparecer el cuerpo. A veces hay una elipsis y se encuentra con el cadáver ya descuartizado y metido en bolsas de basura. Otras se ve entrando a una ferretería para comprar una pala, vuela a lomos de otra elipsis y ya tenemos al interlocutor bajo tierra. Pero hay sospechas. El detective más intuitivo de la ciudad le ha echado el ojo. Es un tipo que recuerda al inspector de policía de Crimen y castigo y al personaje de James Stewart en La soga. Le hace preguntas difíciles de responder, su mirada le dice: has sido tú, lo sé, y verás cuando se entere tu madre. La historia termina cuando están a punto de arrestarle. Piensa que aun no está preparado para entrar en la cárcel. Lo último que oye es su propia voz ahogada gritando No.

2. Su novia lo deja por otro tío. Y no porque ya no esté enamorada de él, al contrario, lo quiere más que nunca, considera que él y no el otro es el hombre de su vida, el mejor partido posible, pero una fuerza superior a ella, y a toda lógica amorosa, hace que tenga que abandonarlo e irse con el otro tío, que por lo general es uno de sus mejores amigos -de los mejores amigos de él-, así que termina quedándose sin novia y sin amigo. Lo último que oye es su voz ahogada gritando Pues a tomar por culo los dos.

3. Está desdoblado. Lo siente. La entidad que le clava los ojos mientras él está tendido en la cama es él mismo. Su doble en versión lynchiana. El Bob que hay en él. Su propia sombra convocando al mal mientras se mira dormir. Y es más fuerte el que mira que el mirado. Quiere abrazarlo hasta quedarse el solo con todo lo suyo: su novia, su madre, sus amigos, su monopatín, sus libros, su vida. Su espectro está a punto de dar el paso y él no puede hacer nada: el miedo no lo deja defenderse. Lo último que oye es su voz ahogada gritando Yo no soy ése.

4. Llega tarde. La función en la que tiene que actuar ha empezado y él todavía está en el metro. Su turno en el bar comenzaba a las ocho de la tarde en Madrid y son las ocho y media y está en Albacete. El difunto ha muerto sin poder decir sus últimas palabras porque él era el único intérprete posible y no se ha presentado. El funeral de su mejor amigo termina cuando está cogiendo un taxi para llegar al cementerio. Ha ido a comprar el pan para el bar y se ha dejado el bar abierto y solo, no logra encontrar el camino de regreso, los clientes se acumulan frente a una barra en la que no hay ningún camarero. Tiene que hacer la selectividad y ha perdido el DNI. Ha quedado con su padre para que lo enseñe a conducir y no se acuerda dónde. Lo último que oye es su voz ahogada susurrando Perdón.



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