sábado, 25 de abril de 2015

Escena

Una señora, una anciana que se apoya para andar en un carrito, un carro de la compra negro, pasea con su perro, estamos en la esquina del Museo Reina Sofía, calle Argumosa, la correa extensible que los une extendida en toda su extensión, ella bajita, el perro enano y gordo, la ¿barriga? del perro casi rozando el suelo, la anciana, tres metros de correa y su perro, cebado, bien comido, ella, mirando al perro obeso, el perro que se para, que no sigue, que se sienta, el perro, mirando a la señora, oliéndola, reconociéndola de nuevo, y ella, tira con determinación para que el perro entre, tres metros de correa más allá, por donde ella mande, pero, el perro quieto, y yo que estoy detrás muy quieto también miro, y pienso esto es bonito, y luego bello, y siento que es esto la belleza, la abuela, la correa y el perro inmóvil, la anciana que desiste, que le hace caso al perro y subordina, lo que ella significa frente al perro, pero, un hombre se aproxima, y yo mirando, y el hombre mira el móvil, y no ve la correa, tropieza y luego, yo veo que se enfada, que viste caro y que se enfada, que ha roto la belleza y que se enfada, con la mujer y con el perro, y me pongo nervioso, negro, y miro serio y juzgo y pienso puto pijo, y estoy a punto de soltarle, alguna de esas frases que construyen nuestro infierno, como mamón te mato, que has roto la belleza, pero me paro en seco y veo, que la mujer y el perro se han puesto en movimiento, y van por donde el perro quiere, y ella es bajita y ha vivido ochenta años, y aquello vuelve a ser bonito, perdón, bello, entonces yo me trago las palabras, que vienen construyendo nuestro infierno,
he visto que ella estaba por encima, y su perro
lejos.

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