domingo, 12 de octubre de 2014

Racismo inconsciente, distinción y desarraigo. De una lectura del libro de Lenore


Cuando estaba estudiando la carrera en Sevilla trabajaba de camarero, cómo no, en un bar de La Alameda de Hércules al que iban muchos poperos. Poperos, así es como se les llamaba antes a los indies. Ahora son hipster. Básicamente, yo era un perroflauta (de eso me enteré después) que venía del hip hop, o un hiphopero con toques perroflautistas, sacudido en ese momento por el brutal sortilegio de esa alienación de la música popular latina que fue la salsa de los años setenta y ochenta, y fascinado por las distintas derivaciones del tropicalismo brasileño. Como no había discjockey en el bar y muchas veces trabajaba solo, el que se encargaba de poner la música ahí era yo. ¿Y qué ponía? Pues hip hop, salsa, salsa, Tom Zé, salsa, Héctor Lavoe y hip hop. Algo de flamenco, Caetano Veloso y más salsa. A veces hardcore melódico tipo Bad Religion, que era la otra música que escuchaban mis colegas. Algo de Tom Waits, y más salsa. Ahora los poperos que entraban al que, hasta mi llegada, había sido su bar, su local de encuentro, su privilegiado place to be, en lugar de escuchar guitarras distorsionadas y susurros en inglés eran atravesados por el lanzallamas del trombón de Willie Colón y golpedaos dentro del cerebro por las rumberas de Roberto Roena. Algunos me odiaban, y lo veo normal: por aquella época yo tampoco hubiera soportado que en mi local habitual pusieran música indie, si yo hubiera tenido un local habitual al que ir, un bar en el que pusieran el tipo de música que a mí me gustaba. Pero no, bares así no había. Era buena música y era justo que, dado que yo iba a pasar el tiempo currando en ese bar (sin contrato, eh), al menos pudiera estar entretenido moviendo el culillo. Sobre todo me acuerdo del desprecio que sentía por la música que yo "pinchaba", y por extensión por mí, un antiguo novio de mi jefa, el cual un día, moraíto como un lirio, ebrio de alcohol y de ultrajado amor al rocanrol, pego un grito en mitad del bar y dijo, mientras La Lupe también gritaba desde los altavoces (¡Fever!), que la música que yo ponía era la música que se oía de fondo en las pornos del Canal 47, una basura, la música que escuchan en la cárcel los putos sudacas, y que había convertido su bar, su bar de siempre, en un garito ridículo.
La música que escuchaban los sudacas en la cárcel... ¿No era eso lo que nos había dicho, mutatis mutandi, nuestro profesor de Lengua Española en la EGB cuando un día en el recreo nos escuchó a un grupo de chavalines y a mí cantar una canción de Los Chichos? "Parad, ese es el tipo de música que cantan los gitanos en la cárcel", nos regañó aquel gran amante de Cela.

"Uno de los méritos indiscutibles de Rockdelux es haber reservado espacio para la música negra. Fueron pioneros en la recepción del hip hop, incluyen discos africanos entre los mejores del año, incluso han publicado textos positivos sobre artistas como Carlos Vives, Juan Luis Guerra o Marc Anthony (un mérito considerable teniendo en cuenta que los estilos latinos populares son los más odiados por los hipsters en general y por los lectores de la revista en particular)."

Víctor Lenore, Indies, hipster y gafapastas: Crónica de una dominación cultural, Capitán Swing, Madrid, 2014

"Recuerdo como una lección la vez que me tocó entrevistar a Rubén Blades en 2003. Comencé por comentarle que en Rockdelux  habían escogido su álbum Buscando América (1984) entre los doscientos mejores discos del siglo XX. "¿En qué puesto me pusieron? ¿En el doscientos?" Blades sabía que no existía ninguna posibilidad de quedar entre los primeros. Sencillamente: era panameño y hacía música para todos los públicos."

(Del mismo libro)

Hace poco, estando con una colega, salió el tema de las distinción. Ella es de clase media-alta, y lleva una indumentaria que todo el mundo reconocería como hipster. En un momento determinado de la conversación se le escapó decir que nosotros, ella y yo, éramos élite, y que, más o menos, nuestros gustos, y nuestra visión de las cosas estaban por encima de los de la mayoría. Por encima de los de la plebe. Fue muy sincera, y eso es algo yo aprecio. Pero tuve que puntualizar: yo era un puto camarero en el ecuador de la treintena, con un nivel de estudios universitarios mediocre, que había nacido en un barrio periférico de una ciudad andaluza en el seno de una familia humilde de clase trabajadora. Que ella considerara que yo podía ser élite de la misma manera que lo era ella me hizo pensar en la idea que yo tenía de mí mismo y en la imagen que proyectaba en los demás. Y buscando por ahí encontré cierto prurito aristocrático en mi manera de entenderme a mí mismo con relación a mis gustos y de juzgar los de los demás.

"Fernández Porta explica espléndidamente la función de autoestima y estatus que contagian los consumos hipsters: "La mayoría de los expertos en estos asuntos procedemos de la clase media-baja. Eso nos hace experimentar un ascenso, no en el terreno económico, pero si ascenso simbólico, propio de una clase media fantasmal. Quiero decir que no somos clase media por nuestros ingresos, pero sí por los gustos y consumos culturales, que tienen una sofisticación equivalente a la de la aristocracia en su momento". Los hipster se ven a sí mismos como una especie de cortesanos sin títulos ni tierras, donde lo que se valora es dominar las últimas contraseñas cool que demuestran que mantienes tu snobismo al día."
(Del mismo libro)

Comencé a interesarme por la música indie, sobre todo por la que se hacía aquí en España, tarde. He dado mucho el coñazo a mis amigos de toda la vida, muy reacios a escuchar este tipo de música por floja, por pija y por mal hecha, con algunos grupos: Astrud, Sr. Chinarro, Los Planetas, etc. Se puede decir que yo llegué al indie cuando ya estaban cerrando, así que si he asistido al proceso por el cual era alzado hasta convertirse en "la deriva de los tiempos" (Ibrahim B) ha sido de forma paralela, anacrónica.
 Una de las cosas que más me atrajo de este tipo de música, del indie español, fue la letra de las canciones. No proyectaban una forma ideal, no tenían intención pedagógica, había humor e ironizaban sobre el amor y sobre ellos mismos. Si estas canciones contenían discurso político era tan sofisticado (o tan parecido al dominante) que no se notaba. Sus referencias eran en muchos aspectos culturetas. Huían de la postura buenrollista de los grupos de mestizaje que yo despreciaba. No era música panfletaria. Yo me decía, y les decía a mis amigos: quizás estén demasiado influenciados por la cultura anglosajona rubia, quizás sean un poco pijos, quizás no se curran mucho la música, pero al menos son honestos. Honestos. ¿Honestos con respecto a qué, a diferencia de quién? Creo que la génesis de mi gusto por este tipo de música coincidió en el tiempo con la época de mi vida en la que más solo me he sentido. Para ser sinceros, me parecían honestos ante una realidad que se había convertido en un callejón sin salida. Una realidad en la que la única posición que no resultaba falsaria era la irónica. Honestos a diferencia de los raperos, por ejemplo, siempre limando las asperezas de su individualidad para entrar en el molde que les imponía lo que yo a esas alturas percibía como una entelequia sin sentido: la comunidad. Cualquier tipo de comunidad.

"..el indie español se ceñía a los códigos prescritos desde el ámbito anglosajón. El indie fue la banda sonora del desarraigo, del vacío cultural, de la desconexión con la realidad más inmediata para ciertos jóvenes de clase media."
(Del mismo libro)


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